29 may 2009

Llamando a un ángel, de Rodolfo Guzmán, Héctor y Francisco Rodríguez

Paxton Hernández





La dantesca comedia antirromántica
Magna triunfadora en el Festival de Guadalajara 2007 con el Premio del Público al Mejor Largometraje Mexicano y acreedora a un jugoso contrato de distribución por la poderosísima BuenaVista International, de la Disney, Llamando a un ángel (México, 2007) continua con la asombrosamente buena racha de filmes mexicanos en cartelera.

Es un filme dirigido a seis manos por los hombres-orquesta Rodolfo Guzmán, y los hermanos Héctor y Pancho Rodríguez. Sucédaneo directo de los filmes integrados por cortometrajes con unidad temática tipo Cero y van cuatro y Sexo, amor y otras pervesiones, resalta de inmediato de aquellos desastres por su formidable ingenio mordaz, su alevoso sentido del humor por completo negro, y una reinvención fílmica que raya lo brillante iniciada desde la ocurrente secuencia de los créditos iniciales, por completo insólita.


Cada cortometraje es dirigido por un director distinto. En principio son 3 cuentos cortos bastante desquiciados y grotescos, llenos de mala leche, en lo que cabe desinhibidos y libertinos, que se supone son un descenso a los infiernos de la miseria sexual y emocional, teniendo claro su homenaje a la Divina Comedia de Dante, aunque queda a discusión cuál fue el Cielo, el Purgatorio y el Infierno. Pero no se trata de azotes ni regodeos en esa miseria, sino puro desmadre en un filme cuya más grande virtud es no tomarse nada, pero nada, en serio.

El canto I se llama La ciudad doliente. Ángel Flores Fuentes (Julio Bracho) es un profe de una prepa tapatía en donde ya se hizo costumbre que el personal docente se ande tirando a los alumnas. Un buen día le rompe los dientes a su alumno odiado por igual por compañeros y maestros Gustavo (Andrés Montiel) en un ataque de celos por la aventada alumna Ivette (Sherlyn tan sadiana como Claudia Soberón en SOBA). Sin dar muchos detalles sobre su hábil giro argumental, aquí el humor macabro se ha vuelto macabrón, hasta ojete.

El canto II es Sufrimiento eterno. Gozoso melodramón autoconsiente y autocrítico con la ex hippie ahora malcasada Fátima (Mónica Dionne sensacional) que un buen día sueña con un antiguo amor de su vida y abandona sin decir más a su esposo adúltero señor de un emporio de teléfonos celulares Damián Hemelmann (Marco Antonio Treviño soberbio) en aras de perseguir a su gran Ángel Flores Fuentes (Alberto Estrella formidable), llamando a tres que tenían los mismos exactos apellidos del directorio telefónico y así ser el detonante de la ficción. Sin dar muchos detalles sobre su malvibroso giro argumental, aquí el tiro resentido sí se ha salido por la culata.

El canto III, sin duda el mejor, magnífico tanto visual como narrativamente, es La gente condenada. El calenturiento joven fotógrafo Ángel Flores Fuentes (Juan Pablo Abitia atolondradamente hilarante) cree haber recibido un mensaje telefónico de su antigua novia Eva Figueroa (desatada Patricia Llaca gozando como nunca su naquez) por lo que se traslada al rancho en que vive, tentado por el ranchero ultramisógino Joel Villaseñor (Luis Felipe Tovar casi sublime como el mismo diablo). Sin dar muchos detalles sobre los virtuosísticos casi perfeccionistas giros argumentales y esas atmósferas plasticistas como del ultramundo, el canto III es la gloria de la ocurrencia, la desfachetez y la gracia verdadera.

Con una muy ad hoc banda sonora metarrockera, y una visión totalmente desencantada del romanticismo en todas sus formas y variedades, he aquí la muy graciosa y enredada película cómica con acento descaradamente tapatío y diálogos chispeantes que parece gritar ¡Que muera el Amor y viva el Infierno!

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